Tuesday, July 01, 2008

Correr y andar

Mis hermanos, amigos y trabajadores siempre me preguntan porqué hago deportes. No estás gordo para decir que tienes que perder peso. No vás a competir en ninguna carrera que digamos a tu edad.

Es verdad, no lo hago porque quiero perder peso ni porque estoy en entrenamiento para una carrera. Se dice que un hombre posee ciertos aspectos de cazador y que apesar de todos los avances de la tecnología, el hombre sigue siendo muy primitivo cuando de trata de comer, fornificar y sobrevivir.

El hecho de poder sobrevivir digamos 10 kilómetros corriendo en la mañana, antes de ir al trabajo, antes de que el sol salga, antes que el periodico esté disponible en el kiosko, antes que el gallo cacaree, antes que el café esté colado o el desayuno sirve es más que eso. Cuando corro, puedo escuchar a mi interior que me reclama fuerza, vida, paciencia, pasión. Cuando corro escucho a mi corazón latir a todo dar, lleno de vida y las primeras gotas de sudor caen sobre mis lentes y estorban la visión.

Correr es más que andar por el vecindario, conocer a cada casa, ver a los carros estacionados, a los niños preparándose para la escuela, las señoras preparando el desayuno, los pajaritos escondidos detrás las ramas y los perros ladrando a sombras de ardillas. Correr es darse una vuelta por el mundo, el mundo que no se vé con los ojos ni con las yemas de los dedos.

El placer de poder correr en pleno invierno del hemisferio norte, con frío, en la misma playa que fue recorrida por miles de seres, ahora tan vacía, vacía como mi alma aveces se siente. Correr sobre la misma arena dura, compactada del frío, y aun asi, soltar unas gotas de sudor sobre las olas del mar que acarician la orilla de la playa.

El hecho de rondar en la bicicleta más de dos horas seguidas, con las manos sobre el timón, como si estuviera montado encima de un toro con las manos sobre los cuernos me da un placer que no puedo describir simplemente con unas palabras. Con tal solo sentir el viento soplar sobre mis brazos y piernas y escuchar el zumbido en los oidos me da más animo a seguir adelante. De ver las ruedas de la bicicleta girar en el mismo eje siguiendo cada maniobra con la misma exactitud de una navaja cirúrgica. Luchar contra la gravedad al subir las cuestas, llevando el peso de mi cuerpo y de la misma bicicleta, pedaleando y pedaleando, empujando cuando no me viene más fuerza, agarrando el timón para pedirle al animal metálico que siga arriba. Sentir las gotas de sudor aterrizar sobre el esqueleto de la bicicleta y el pavimento, para más tarde ver las mismas gotas de sudor convertirse en granos de sal. Tragando sorbos de agua como un sediento perdido en el desierto y llegar al cansancio hasta ver imágenes en el horizonte.

Me da pena cuando veo mis zapatos de correr en el piso o mi bicicleta reclinada contra la pared o con un tubo bajo, reclamándome que les de vida. Me da pena cuando por el mismo cansancio de la vida, no tengo el ánimo de atender al templo de la naturaleza que me reclama unas gotas de sudor. (Dirk Wojtczack - noviembre 2, 2000)

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