Monday, December 03, 2012

Manhattan, Rector Street




Como no voy a Manhattan todos los días, tomar el tren desde Long Island, en si se convierte en una experiencia, una aventura, una novedad. Tomo el tren desde Rockville Centre hasta Penn Station (Calle 34) y de ahí, tomo el tren # 1 hasta Rector Street, el bajo Manhattan. Para la gran mayoría de usuarios, esta rutina cansa y toma un peaje en el ánimo, espíritu y cuerpo. Lo entiendo, lo recuerdo, cuando todos los días, como una rata, una sardina, tomaba el subterráneo de Queens hasta Manhattan para asistir a los cursos universitarios de Hunter College y después City College. El ruido ensordecedor del tren lo hundía escuchando en los audífonos al grupo de heavy metal, Judas Priest (cuando no sabia que Rob Halford, el cantante, era gay), o la música industrial del grupo Ministry o Skinny Puppy.



En esta mañana particular iba hacia Manhattan para asistir a una conferencia de ingenieros y arquitectos. No me importaba ir de pie en el vagón repleto de cuerpos. Insisto, porque no lo tomo el tren todos los días al trabajo, entonces tenia la energía necesaria para escurrir cualquier molestia o inconveniencia, como los olores extraños que provienen de las tuberías, o la falta de asientos o espacio para estar parado. No estoy acostumbrado a la gran presencia de policía y guardia militar en las estaciones del tren, me trae recuerdos de la infancia en Guayaquil cuando los militares estaban encargados del poder político. No me inspira tanta seguridad cuando soy más alto o más grande que los mismos policías supuestos a mantener el orden cívico.



Caminando en Penn Station, voy a un paso menos acelerado que el resto del mundo, porque voy en plan de búho, turista, montubio, mirón y curioso. Alimento mis ojos con todo lo que veo a mis alrededores, los colores y olores, la gente de las naciones unidas, al orden y desorden, la arquitectura y locura, al joven soñador y el viejo resignado, al inmigrante trabajador y el nativo arrogante, las luces de neón y los carteles escritos a manos, al músico bohemio. Me chocó ver a los sanos jóvenes hippies pidiendo limosnas en frente de la Iglesia de La Trinidad en el bajo Manhattan, en vez de ganarse la buena voluntad de la gente, ayudando a los damnificados por el reciente huracán Sandy. El parque Zuccotti, donde hace un año atrás, el movimiento Occupy Wall Street estaba más vacio que la mente de un adicto al internet.



Fascinado quedé mirando en las cimas de los edificios altos, a obreros y trabajadores, que parecían hormigas desde mi punto de vista, arriesgando sus vidas en labores de mantenimiento y reparación. Me pregunté que se necesita aprender para llegar a empinar edificios tan altos que rascan la barriga de las nubes.



En la tarde, de regreso a mi cueva en Long Island, tomé el tren y estuve rodeado de zombis, gente agotada, sin sangre o latido en el corazón, con los ojos vacios, que seguían órdenes prescritas en algún almanaque de la vida, que seguían instrucciones de un poder mayor e invisible. En cambio, toda esta experiencia, la cual he abreviado en esta cuartilla, me ha envigorado, de regresar a captar mas. Manhattan es una mina de inspiración, la musa del artista, la fuente de la creatividad.



Escrito por Dirk Wojtczack Vecilla, en el Baldwin Public Library, diciembre 2, 2012

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