Tuesday, October 19, 2010

Ensayo sabatino



Se me acabo la tinta, pero no el pensamiento. Se me acabo el plomo, pero no el papel para escrbir. Escribo en pantallas, en el aire, la arena, el periódico, computadoras y anotadoras. Al soldado se le acabo el plomo y todavía carga su fusil para dar la apariencia que todavía ejerce poder. Mas deberían hablar los callados; menos los políticos y charlatanes. Más deberían llorar los que han perdido el compás moral que los aguantan en la noche larga del hostigamiento. Menos deberían rezar los religiosos y dejar a los pecadores encargarse de las sectas. Menos debería despedirme de mi mismo y saludarme cada mañana cuando todavía tengo más vida de los que reposan en el cementerio. Más flores deberían decorar el horror de las atrocidades que cámaras de la crónica roja.



Bien atrás, en mi juventud, la adolescencia, he partido de ciudades que han crecido durante la misma ausencia: Bogota, Cali, Guayaquil. Y vivo en Nueva York, Long Island, suburbio que no he visto crecer de lo que fue, tierras fértiles de haciendas y granjeros, para ser ocupada por shopping malls que se parecen tanto en estética, que cualquier lugar puede ser el mismo de millas atrás. Las ciudades que deje sin despedirme, cuando regreso, no me reconocen, ni yo a ellas. Soy un perfecto desconocido en mi propia tierra, soy un extranjero, con la pequeña posibilidad de empezar de cero. Soy un perfecto desconocido en tierras donde gente familiar han mudado y cambiado de dirección. Soy el mismo perfecto desconocido en Long Island, Nueva York, y ese anonimato, me permite ser quien quiera sin pensar dos veces “del que dirán”. Me contradigo, porque gozo del anonimato, extraño el calor humano de un saludo, un hola, un como estas Dirk. Ahora la gente apenas me reconoce, dicen cosas como: tantas canas tienes, o estas un poco grueso. Pocos dirán que mi cara de niño sigue siendo la misma. No me gusta verme en el espejo, para no ver a las arrugas crecer, para no ver que tengo mas canas en el costado de la cabeza, o que se me salen pelos nasales cada vez que respiro.



Podré intentar sin mirar al calendario, sabiendo que hay 52 semanas en cada año, cuantos miércoles hay, o mejor, cuantos sábados y domingos hay, cuando disfruto del tiempo libre que el hombre se merece. Vivimos en una sociedad, que yo dividiría en tres grupos: jóvenes, adultos, y mayores de edad. Nuestra civilización ha figurado como mantener a los tres grupos siempre ocupados. A los jóvenes en los estudios, a los adultos laborando, y a los mayores preocupados en su retiro y de su salud. Y cada mañana, estos tres grupos inter-reaccionan en el tráfico, en el teléfono, en la calle, y los restaurantes. Tres grupos con diferentes perspectivas en mente, con diferentes prioridades.



Escrito por Dirk Wojtczack Vecilla, 9 de Octubre, 2010, Baldwin Public Library.

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