Tuesday, August 16, 2011

Despidiendo al tiempo de la muñeca

Todo a su tiempo, en su tiempo. Todo con moderación. ¿Qué? ¿Cómo puede ser eso, cuando uno vive de afán? Desde la mañana hasta el anochecer, y si uno tiene un poco de suerte, quizás tiempo durante el día para recomponer la energía. Quisiera despedir de su empleo, si el rol fuese de tal manera pero sucede al revés, al tiempo. Quisiera no saber nada del tiempo, sus normas para medirlo, por medio de calendarios, semanales, diarios, relojes, cronómetros, etc. Quisiera de verdad no recordar en que año nací, tanto como nunca sabré cuando moriré. ¿A quien le importa de verdad, cuando alguien te pregunta cuantos años tienes? Acaso es para tener un punto de referencia con su propia vida, y poder establecer una relación linear entre tópicos de conversación. A ver, si le digo a alguien que nací a los principios de la década de los 60’s – hablaremos de los Beatles o del asesinato de Kennedy o del hombre pisando la luna por primera vez.

De cierto modo, he logrado una pequeña victoria, un breve alejamiento del tiempo. Me acuesto en la noche cuando el cuerpo me lo dice, y no por que el reloj me lo insinúa. Me levanto en la mañana cuando escucho el piar de los pajaritos. Almuerzo cuando el estomago me dice que ya no aguanta mas. Salgo a trotar en la madrugada sin reloj o cronometro, para no tener en cuenta si voy rápido o lento en la marcha. Para eso, escucho a los latidos del corazón o la frecuencia de inhalar y exhalar aire por la boca.

El lunes pasado, un poco después del tiempo de cenar, participé en un evento de trotar la distancia de unas cinco millas. Como siempre, troté (yo no corro, yo troto) a mi ritmo, y eso que es fácil dejarse llevar por la euforia del momento, de la bulla de los otros corredores para estar a la par de ellos. Pero yo soy yo, yo no soy ellos, ni viceversa. Yo troto al ritmo de mi propio tambor. Milla tras milla, mantuve un buen promedio de velocidad, que los cronómetros postulados a los largo de la pista marcaban el tiempo. Supe que rápido o lento debería ir, no quería trotar demasiado rápido para poco después terminar caminando y dejarme pasar por los corredores de atrás. Se requiere mucha disciplina mental para mantener un ritmo de constante velocidad, y no dejarse llevar por aquellos lapsos en que uno tiene un chorro de energía para darle al acelerador – lo cual muchas veces lo he hecho con consecuencias predicables de terminar todo adolorido.

Bien dicho está que la vida no es una carrera, sino una larga maratón, y solamente los que saben percibirlo, llegan a la meta con más ganas de volar otra vez. Este lunes que viene, tengo otra carrera de 10 kilómetros, y en este encuentro habrá muchas lomas dentro de los bosques – y lomas es algo que carece el vecindario donde corro. Uno nunca sabe que sorpresas trae la vida, lomas, valles, curvas, caminos lisos, ásperos, y muchas veces se toman sin ningún aviso de antemano. De todas formas, la vida y sus experiencias son ajenas a cualquier método artificial, como la medida del tiempo, para sujetarnos bajo la lupa del día, hora, minuto y segundo. Todos llegan primero en la vida, no segundos.

Escrito por Dirk Wojtczack Vecilla, Junio 18, 2011, en Baldwin Public Library.

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