Tuesday, April 03, 2012

Un caminante sin zapatos, un escritor sin palabras.




La pura vida en Nueva York es tocar el tercer riel del subterráneo, un cigarrillo sin filtro, un periódico sin censores, un informático nervioso sin café colombiano bajo el nombre Starbucks, un saltador sin paracaídas, una inspiración sin provocación, un poema bien escrito, un sueño largo de 24 horas. Un músico se puede parar en cualquier esquina de Manhattan, Brooklyn o Queens; en cualquier plataforma de los trenes, cualquier terminal de buses y aviones, para desplegar el color de su alma. Un pintor con sus pinceles y brochas puede practicar en las paredes exteriores, para máximo efecto – spray paint grafiti, de los edificios, la gente comenta y nunca oírles. El poeta puede declamar sus poemas en la misma esquina del músico, plataforma, terminal de buses y aviones, para ser completamente ignorado. Un escritor tiene que escribir planillas hasta que las vacas aprendan a volar y nunca ser consagrado por su propia familia. ¡Qué sueño tan esquivo!

Why don’t you write in English your Spanish literary Works? ¿Por y para qué escribes en español en EEUU cuando la gente latina, tu audiencia, que usualmente tiene dos o tres trabajos diarios carecen de cualquier tiempo libre para prestar? Bueno, ya que hace la pregunta – no sé porque escribo, quizás soy egoísta y me gusta descargar la pura energía hecha cemento en el idioma de Cervantes. También será que pienso en español cuando soy íntimo escarbando palabras desconocidos, o como una mujer fea que uno no para de mirar hasta convencerse de que existe alguna remota posibilidad que ella es la princesa en los cuentos de hada y uno el sapo, feo por igual.

No escribo para salir a declamar en las noches del Bowery Poetry o el Nuyorican Café, o hacer arreglos para presentarme en el Instituto Cervantes o el Instituto de la Reina Sofía, o por medio del departamento cultural en el Consulado de Colombia, de Manhattan. Soy el huérfano sin padres académicos del literati, de las universidades consagradas de elogios y trofeos plateados de pintura barata. No tengo amigos escritores o poetas, y si los busco, los pierdo con más facilidad que se pierde amigos en Facebook. Soy una isla que no cabe en su archipiélago, una provincia que reclama su libertad, un Charles Bukowski que no bebe cerveza hasta reventar el hígado o va al hipódromo para apostar en burros disfrazados de caballos de carrera.

No poseo el estomago para intentar buscar una cantina, a lo largo de Roosevelt Avenue en Jackson Heights o Corona, cuando a los muchachos lo único que buscan es donde aterrizar aviones en los bórdelos indiscretos con sus luces de neón barato. Chicas, chicas, chicas, dice el hombre patucho para atraer a la clientela distinguida por su necesidad carnal. Acaso crees que alguien va a gastar cinco o diez dólares en un librucho de un desconocido escritor cuando con cinco dólares compra una cerveza, el alcohol corre dentro de las venas apretadas, y abre las posibilidades de una noche inolvidable. O con dos dólares puedo comprar un baile acompañado de una guapa chica. A quien le importa que una vez cuando Federico García Lorca vino a estudiar en Columbia University, se encontró con el poeta norteamericano Hart Crane, quien escribió el famoso poema dedicado al puente entre Brooklyn y Manhattan, The Bridge, y que a pesar que los dos poetas se conocieron, sin entenderse los dos, existía una afinidad universal que conecta a los dos grandes seres de su tiempo. Pocos se recordarán del tiempo que Juan Ramón Jiménez, Platero y yo, residió en Nueva York, pero eso se puede averiguar. Al cerrar la pequeña biblioteca Lectorum, en la calle 23 de Manhattan, mas que se cerraron las oportunidades para cualquier escritor latino en Nueva York promover y comprar libros en castellano. Se cerró un punto de encuentro entre la comunidad latina, entre escritor y lector; un medio de difusión para el enriquecimiento cultural.

Existe un largo puente entre el hecho de escribir algo, y salir a publicar y como vendedor ambulante golpear puertas para darse a conocer por las buenas y honestas manos. Hoy menos se lee, o se da a entender que la gente no compra libros en Barnes & Noble, o Borders, o Walden Books. Seguro estoy que encuentro alguna librería latina en Washington Heights de Manhattan, o en Jackson Heights de Queens, o en Brentwood, Long Island, al lado de una bodega.

Se dice que el internet se ha tragado nuestro cerebro y que el único bombillo que prendía la inteligencia, la razón, la lógica, poco por poco se ha triturado como una piedra a la arena del tiempo. De que me preocupa la puridad del español, si en EEUU spanglish ha existido por más de 50 años y sigue mutándose con el idioma cibernético para ser más abreviado (aunque no necesariamente conciso), y algunas operaciones idiomáticas se confinan a 144 caracteres al tiempo, para no romper el parámetro o las cuentas bancarias de los padres de familia. Quienes vienen después de nosotros van a romantizar que bella fue la temporada del año 2011, y uno mientras tanto mira más atrás en el espejo retrovisor de la vida, para encontrar los últimos libros impresos de todos los tiempos.

Quizás yo pudiera ser un famoso poeta escrito si hubiese menos gente, menos competencia.



Escrito, inédito, por Dirk Wojtczack Vecilla, Long Island, Nueva York, Marzo 3, 2011.





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