Thursday, January 19, 2012

Lloró el sacerdote




Siempre serio. Siempre bajo control. Siempre dando ordenes a sus empleados fieles dentro de la rectoría. Siempre seguro de si mismo en todo momento. El Padre Steve, de la parroquia de San Christopher en Baldwin, Long Island, ahora monseñor, dio el sermón improvisado como siempre lo hacia. Él lleva mas de veinticinco años cargando las batas eclesiásticas, y ha estado en el mando de nuestra parroquia por unos seis años – la plaza de tiempo que la diócesis asigna a cada sacerdote, según las leyes canónicas proveniente de Roma, el vaticano.



He visto al Padre Steve en varias funciones, cumpliendo con los sacramentos según de los feligreses. El Padre Steve también es el capellán de los bomberos de varias parroquias cercanas. Cuando al padre Steve se le concedió el titulo de monseñor, fueron los bomberos quienes llenaron a capacidad los bancos de la iglesia. Solamente había cupo para los que deseaban estar a pie. Aquel día del nombramiento fue muy emotivo para todos los concurrentes, incluso para el mismo sacerdote.



Ayer, en la primera década de los ataques a la ciudad de Nueva York, los ataques perpetrados no solamente hacia los Estados Unidos, sino la humanidad desarmada, se le veía los ojos rojos del padre Steve. Quise pensar que eran mis ojos que me engañaban diagnosticar el color de sus ojos azules. Anticipé de que habría mas gente dentro de la iglesia, pero me equivoqué al verla media llena. No saben de lo que se perdieron.



En una de esas cosas donde todos los planetas del sistema solar están alineados una vez cada mil años o algo similar parecido, la primera y segunda lectura, y la lectura del evangelio trataban con el tema central del sermón apropiado para un día de luto nacional como el once de septiembre. El padre Steve empezó su sermón ya con nudos en la garganta y de ahí se empeoró todo lo que él tenia planeado por decir. Interpretó a su modo las tres lecturas, pero le costó más que nunca decir lo siguiente: Una de las bases fundamentales de la religión cristiana es de perdonar a los que nos ofenden, pero que él no puede perdonar a los que cometieron esta atrocidad el once de septiembre. Admitió que seria un hipócrita si les dice a los feligreses de hoy en adelante que perdonen a sus ofensores cuando él mismo no puede. Él pidió un pañuelito de papel a cualquiera de la audiencia, y una señora le extendió una. Le agradeció y siguió con su sermón: En mi vida como sacerdote hoy es la segunda vez que no sé como concluir éste sermón. La primera vez que le sucedió lo mismo fue exactamente hace diez años, el mismo once de septiembre.



El padre nos trató de levantar el ánimo haciéndonos recordar quienes somos. Somos la misma gente que el doce de septiembre, se preocupó en su vecino y pregunto: ¿en que puedo ayudar? ¿Hola, cómo estás? Regresemos a ese primer doce de septiembre a entregarnos, ayudarnos, y poner aparte cualquier inconveniencia en el nombre de la humanidad. A la salida de la misa, el padre Steve regresó a ser la roca de su parroquia, fuerte y seguro de si mismo, y estuve contento de verlo como siempre.



Recordaré siempre cuando el sacerdote lloró y supe que es humano.



Escrito por Dirk Wojtczack Vecilla, septiembre 12, 2011, en Baldwin Public Library.



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