Monday, April 11, 2011

Ingénita Escritura

S
erá algo ingenito que la mayoría de los días me instiga, impulsa, altera, a escribir. Alimento la inspiración de cualquier fuente, de eventos de la infancia, adolescencia, tiempos universitarios, las noticias del momento. O tan simplemente de una mirada a través la ventana y mirar el paisaje natural; la conjugación de colores con la luz natural y la temporada del año. Viajo un poco atrás hacia la infancia, los primeros días de aprendizaje – mama, papa, casa; amaestrando la mano, la muñeca del brazo, el cerebro, la presión exacta de los dedos sobre el lápiz. Las lecciones de gramática, ortografía, caligrafía, combinadas con las lecciones de ciencia, matemáticas, arte, y las mismas lecciones que tan solo la calle y la vida pueden intuir. Continuo el viaje del aprendizaje, recordando las lecciones en la pizarra, el polvo de la tiza, la disciplina rígida de los maestros, las tareas en los cuadernos forrados, el borrador de goma gastado, el sacapuntas, la cartulina para los proyectos especiales. El viaje en el bus escolar que nos recogía todas las mañanas y nos llevaba contentos, llenos de una aventura bañada, del aquel entonces no nos dábamos cuenta, de oro. Los partidos de futbol en la cancha de asfalto, con dos rocas paradas como postes del arquero; partidos improvisados, de equipos con jugadores siempre escogidos por los mejores de la clase, una categoría en la que siempre me escogía al último y terminaba por ser el portero del equipo al no ser diestro con el balompié. A la salida de la escuela, siempre afuera del plantel, se encontraban los vendedores ambulantes con tantas opciones: ciruelas rojas o verdes, mangos maduros o verdes, roscas, helados, prensados (hielo raspado con dulces líquidos). Conectando los puentes de la inspiración, abordamos el viaje, a cualquier plataforma subterránea de los trenes en Nueva York, donde artistas sin la timidez que me ahorca, tocan su música para cualquier audiencia multiétnica, venden compilaciones de canciones originales, arriesgando la persecución de la policía y la carga de una multa que borra cualquier venta y propinas. Música que rebota contra el estruendo metálico pesado de los truenes, y encuentra la acústica perfecta en las murallas cubiertas de grafiti, plataforma decorada de chicle y mugre. Música que alegra hasta el alma más negro y recargado de pesimismo, y que abre fronteras, sin aduanas o visas requeridas. Varias veces, si tuviera el coraje y la capacidad de memorizar, declamaría mis poemas al público, no a fines de lucro, sino de la misma necesidad de comunicarme con una audiencia desconocida y provocar una reacción, de convertir a la lógica y la razón como monedas de una nueva civilización; y no una acostumbrada a reaccionar a las modas de los videos y que trata de asimilar actores de la pantalla grande y chica. ¿Puede la música ser la más pura religión, donde la paz y amor seria cánones, los pilares de un nuevo entendimiento entre pueblos hermanos? ¿Acaso no estamos cansados de pleitos y guerras? Para que se necesitaría la justicia si la igualdad entre todos seria norma intuitiva. Nada de ventajas y desventajas. Otra vez que empiezo a escribir sobre un tema y termino cambiando de carriles sin alguna señal al lector. Lo atribuyo a las distracciones del momento, y vienen a ser ingredientes de otro tema. Pendiente tengo por componer aunque sea una melodía a la ciudad de Nueva York, y una colección exclusiva, manuscritas desde las mismas calles de Manhattan. Si quedara inmóvil por cosas del destino, tendría que escribir moviendo los ojos, o con un alambre conectado en la medula creativa del cerebro, de la cual no sé si pudiera censurar o corregir cosas que no se deben decir/ pensar. Podría aprender a escribir con un bolígrafo en la boca, lo que no me haría gracia sería una imagen agradable, y desarrollaría callos en la misma lengua (será que tenemos callos en la lengua de tanto hablar y no nos damos cuenta). Escrito por Dirk Wojtczack Vecilla, Febrero 27, 2011.

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