Wednesday, February 23, 2011

Desahogo

Desahogo

A veces creo que despliego un aura de intimidación, terror y miedo. Siempre pensé que los niños huyen cuando se percatan de mi presencia. Sé que no soy guapo, pero tampoco tan feo que la gente tiene que salir de un cuarto con las botas embadurnadas de lodo para entrar a otro cuarto alfombrado. Por lo menos, una vez a la semana, almuerzo en un restaurante tailandés, donde hay dos meseras. Una de ellas, joven, de unos veinte y pico años de edad, muy atractiva, con ojos azules, que no sé si son ojos de contactos. La otra mesera, una señora en sus treinta y pico años de edad. Aclaro de una vez, soy pésimo en adivinar la edad y la etnicidad de la gente; la mayoría de veces me equivoco que salgo con el rabo entre las piernas disculpándome por mis impertinencias. Siempre mantengo una distancia social, soy amable y cortés cuando hago el pedido del almuerzo especial. Nunca pregunto su nombre, ni de donde son, o que piensan hacer en el futuro. Ni hablo de trivialidades como el clima o que afuera el tráfico esta terrible, cuando evidente para los dos.

No se que será, si será la posición de la luna llena anoche, o el pronóstico de más nieve para mañana, pero la mesera “mayor”, después de servirme el segundo plato y me dio la cuenta del almuerzo, se paró enfrente de mi y se desahogó. Tan poco espacio dejó entre sus palabras que no encontré ni una pauta para poder dar una opinión o una expresión de simpatía. Hablaba un inglés cargado de un acento, supongo, tailandés, y me contó, de lo que entendí que ella tiene un hijo de quince años de edad en Tailandia, y una hija de diez y seis en EEUU. Con un nudo en su garganta de dijo que los primeros cinco años en EEUU lloraba todas las noches al estar separada de sus hijos, y que de alguna manera su hija logró entrar a EEUU y su hijo no. Si le entendí bien, creo que me dijo que tiene que trabajar un año más en EEUU para pagar su abogado y cancelar una “deuda” personal que ella tendrá por haber venido a este país. Los ojos de la mesera estaban al borde de explotar en lágrimas y al mismo tiempo noté un cambio físico en su cuerpo, el alivio de poder hablar con un extraño, como yo, y desahogarse, de algo que llevaba dentro su corazón como una espada atorada. El único confort que le pude otorgar, aparte de ser un buen escuchador, fue decirle que mi hermano menor y yo estuvimos separados de nuestros padres por un tiempo hasta poder establecer la residencia legal en EEUU. Quería decirle que rezaría por el bienestar de su hijo en Tailandia, pero otra vez demostrando mi ignorancia de las culturas, no sabia si ella entendería que era una oración. Entonces le dije en simple palabras, que se mantenga fuerte, que ya dentro poco tiempo se verá con su hijo.

Al salir del restaurante, no me despedí creyendo que las dos meseras estaban ocupadas con los clientes, y de lejos, la mesera “mayor” sonrió y me dijo “thank you”.

Todos los días, sabemos que hay millares de historias similares a estas, separaciones entre padres e hijos, por factores ajenos a lo personal, pero que afectan, como la política de los gobiernos, la economía, la necesidad, el hambre por superarse y salir adelante. De pronto, me sentí un poco incómodo de mi comodidad.

Escrito por Dirk Wojtczack Vecilla, enero 20, 2011

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