Tuesday, January 11, 2011

Quintal de silencio

Qué fácil es encontrar a la soledad en una ciudad tan grande y moderna como Manhattan, Nueva York. Donde ocho millones de personas, ocho millones de almas, llegan a cruzar sus vías y nunca, en sí, ni siquiera dirigirse la palabra para decir “Good morning”. Somos turistas, somos conocidos desconocidos entre tantos rostros. A veces, ni siquiera para cruzarse de miradas. El escritor norteamericano E.B. White relató con claridad, en su prosa, como uno puede vivir en Manhattan toda su vida y seguir siendo un desconocido en su propio edificio. La gente viene y se va, eso se entiende, es parte del crecimiento de cada individuo. Unos vienen tan solo a trabajar dentro estos edificios tan grandes que en cualquier otra parte del mundo, llegarían a ser su propia comunidad, con todas las necesidades atendidas por varias entidades que ocupan varios oficios.

Aquí en Manhattan cualquiera de las ocho millones de historia pudiera llevar el titular de los periódicos y mantener el interés de la audiencia, de los lectores, de la gente que todos los días llegan a su trabajo por transportación pública, como sardinas en lata. ¿Cuántas veces hemos escuchado a una conversación ajena entre dos o tres personas, compartiendo sus anécdotas para llegar a este país, para sobrevivir, los percances, las odiseas, que se emprenden con tal de solo salir adelante, con un sueño en los bolsillos? Siempre se dice que la curiosidad mató al gato, pero nosotros siempre permanecemos curiosos en escuchar relatos, y más aún, cuando se trata alguien que viene de nuestra ciudad, país o mismo continente.

Pensé por un momento tomar el tren subterráneo, para perderme en el ruido metálico del tren sobre rieles de hierro forjado por el inmigrante nuevo. Pensé ambular por las avenidas de Manhattan para poder escuchar el silencio de las ideas que llevamos prendidos con cada respiro. Pensé perderme entre las conversaciones de turistas y tratar de descifrar aunque sea una palabra de su idioma y tomarles una foto con su cámara. Pensé en ser otro anónimo en esta ciudad cargada de tanta historia, historia basada en la labor de los que entraron por el puerto marítimo en Ellis Island.

Que fácil encontrar, con tan simplemente escuchar, el silencio en las calles atolondradas de Manhattan, al portero uniformado y su camisa de almidón, silbando a sus taxis amarillos conducidos por foráneos; los buses rectangulares – blanco y azul, el vendedor de perros calientes y gaseosas tibias, a las palomas que no se molestan en asustarse de uno, el ciclista mensajero llevando paquetes en contra vía, la ambulancia sin prisa de llegar a la sala de emergencia con tan solo explotar el bombardeo sónico de la sirena, el perro que no se preocupa de su negocio para que otros se lo aplasten con zapatos nuevos.

De alguna manera inexplicable, todos los días de semana, de mañana y tarde, de la misma forma que entraron a Manhattan (helicóptero, lancha, tren, bus, taxi, carro privado, bicicleta, monopatín, caminantes), salen en orden desordenado todos los trabajadores, dejando en la gran ciudad a los turistas en sus hoteles y unos cuantos pocos residentes que pueden pagar la cuota mensual de habitación. Si pudiera pagar la renta en Manhattan, seria a lo largo de la 5ta avenida o Central Park West, para estar cerca del oasis metropolitano diseñado por Olmsted – Parque Central. Saldría bien temprano en la mañana, antes que cualquier turista despertara, para trotar el circuito de 10 kilómetros, o por igual, darme unas vueltas en la misma ruta con una bicicleta de carrera. Mientras tanto, camino como turista con cámara en la mano.

Bendecido el que puede encontrar el silencio y escuchar el latido del corazón y el suspiro de cada aliento.

Escrito por Dirk Wojtczack Vecilla, enero 5, 2011.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home