Wednesday, November 24, 2010

Consejo para el dueño de un restaurante.



Me imagino que por muchos años, usted ahora dueño de restaurante, se habrá fajado tanto para así independizarse y tener su propio negocio. Usted habrá empezado bien joven, sin alguna meta y experiencia, detrás la cocina, lavando platos, día y noche. De lavaplatos, en el aquel entonces su jefe, le habrá dado una oportunidad de preparar los vegetales; con el cortado de la carne, pollo, pescado. De vez en cuando podías salir al piso a traer los utensilios, servilletas, y llenar los vasos de agua con hielo hasta el borde. Tomabas los pedidos y tratabas de no confundir los platos, y mucho peor, que no se te cayeran saliendo de la cocina.



Empezabas a tener contacto directo con el publico exigente e impaciente, pero perseverabas con mucho empeño. A veces trabajabas seis días todas las semanas, incluyendo los días feriados que la familia exigía tu presencia. Salías tarde en la noche, casi el ultimo tras apagar las luces, y haber dejado todo limpio y preparado para el día siguiente. Olías a todo lo que hacías, cloro, amoniaco, jabón de platos, y también a ajo, cilantro, comino, cebolla, tenias puesto como una colonia barata de afeitar.



Ponías atención al detalle de cada receta, y te promovieron a asistente del chef. Demostraste una habilidad rápida en aprender todo sobre la gastronomía y en poco tiempo asumiste el cargo de gran chef del restaurante. Tantos años detrás de la cocina y con el esfuerzo, sacrificio de tantas horas en frente de la llama, ollas, sartenes y calderas, pudiste ahorrar un poco de capital, y junto a un préstamo bancario, abriste un restaurante.



Pensaste en que nombrar al restaurante, en la renta mensual, cuanta venta seria necesaria para estar a flote, en que tipo de comida (plato étnico o según la demografía del barrio), en la experiencia del chef y sus ayudantes, la apariencia exterior e interior del establecimiento, y las meseras. Tenias planeado que clase de clientela querías atraer, entre ricachos, profesionales, universitarios, amas de casa, jóvenes de la secundaria y primaria, obreros y jornaleros, etc. ¿Debo tener meseras jóvenes, mayores, serias, con o sin experiencia, feas, atractivas, bajas, altas, etc.?



Y después de todo este largo laberinto, entro yo, el simple cliente. Obviamente muchos factores entran a mi decisión de ir a un establecimiento culinario: tipo de comida, apariencia, precio, el servicio, nivel de ruido, higiene del personal y los interiores, amplia de selección, etc. Iré una, dos o tres veces, y pediré el mismo plato que me guste, que incluso la mesera creerá que puede presumir cada vez que pediré lo mismo, y eso está bien hasta cierto punto. Pero encima de todo eso, le aconsejo señor dueño de restaurante – no emplee meseras con ojos tristes. Esos ojos me hunden de tristeza, y me traen mas preguntas de lo necesario: porqué tiene esos ojos así, desde cuando, hasta cuando, puedo YO ayudarla, etc.?



Se me quita el apetito, y esa tristeza es contagiosa que no me provoca regresar sin importar que favorable sea el resto del restaurante. Tampoco le pido que la despida a la mesera con los ojos tristes, pero dígale que se ponga sus ojos falsos alegres, todo en nombre del comercio, así como una actriz de novela. Tampoco estoy haciendo un llamado a que todos con ojos tristes sean aislados, fuera de mi alcance visual, pero la vida es demasiado corta, para que todos nos contagiemos de tristeza.



Escrito por Dirk Wojtczack Vecilla, Noviembre 22, 2010.

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